El fin del sueño – El Financiero Tendencias de Economía

Como dijimos la semana pasada, el panorama político es totalmente diferente después de las elecciones del 6 de junio. Aunque el Presidente y sus seguidores han hecho todo tipo de esfuerzos para convencernos de su triunfo, lo cierto es que han perdido lo más importante que tenían: el mito de la legitimidad total. Sin eso, volvemos a la normalidad democrática, en la que cualquiera puede ganar, cualquiera puede perder; los problemas crecen, los errores cuestan.

En esta aburrida normalidad, la segunda mitad del sexenio se centra en la sucesión y no en el presidente en funciones. Lo que hizo en el primer semestre se puede continuar, pero cuesta ampliar objetivos. Es necesario gestionar los procesos en curso, y tratar de canalizar el momento más complejo de cualquier régimen político: el cambio en la cúspide del poder.

Ya no existe la posibilidad de continuar en el cargo, por lo que hay que elegir a otra persona. La decisión natural, heredar a la hija o cumplir el acuerdo con el entenado, ha sido notoriamente complicada. La primera, Claudia Sheinbaum, sufrió la peor derrota del PRI echeverista en su historia como fuerza mayoritaria en la Ciudad de México. El segundo no podrá eludir su responsabilidad en la tragedia de la Línea 12 del Metro, ahora en portada en Estados Unidos. Ni pensar en el hijo pródigo, el que se va y vuelve, el que controla el Senado, el que traicionó al alcalde del Palacio Nacional. Monreal nunca contará con la aprobación de López Obrador.

Si bien la sucesión es compleja en cualquier caso, en las circunstancias actuales lo es aún más. Un movimiento centrado en una persona no es un partido político, aunque gobierne más de la mitad del territorio nacional. Por eso lo que se buscaba era la presidencia permanente, que los mexicanos no aceptaron, y por eso le quitaron a López Obrador la mayoría calificada imprescindible para ello. Ahora existe la posibilidad del Maximato.

Ese camino, sin embargo, requiere un …